Hola les deseo mucha suerte en la primera prueba diaria de filosofía.
Sugiero leer dos o tres veces estos textos: El primero sobre lo real y lo aparente y el segundo sobre el silencio y la filosofía. Subráyenlos, compréndalos y si es necesario pregúntenme lo que duden o no comprendan. Respondo las preguntas que me lleguen hasta el jueves a las 8pm al e-mail o al fb.
1. TEXTO SOBRE LO REAL Y LO APARENTE
De: Bertrand Russell
Texto: Los problemas de la filosofía
Fragmento del Capítulo 1: Apariencia y realidad
¿Hay en el mundo algún conocimiento tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él? Este problema, que a primera vista podría no parecer difícil, es, en realidad, uno de los más difíciles que cabe plantear. Cuando hayamos examinado los obstáculos que entorpecen el camino de una respuesta directa y segura, nos veremos lanzados de lleno al estudio de la filosofía - puesto que la filosofía es simplemente el intento de responder a tales problemas finales, no de un modo negligente y dogmático, como lo hacemos en la vida ordinaria y aun en el dominio de las ciencias, sino de una manera crítica, después de haber examinado lo que hay de embrollado en ellos, y suprimido la vaguedad y la confusión que hay en el fondo de nuestras ideas habituales.
En la vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que, después de un análisis más riguroso, nos aparecen tan llenas de evidentes contradicciones, que sólo un gran esfuerzo de pensamiento nos permite saber lo que realmente nos es lícito creer. En la indagación de la certeza es natural empezar por nuestras experiencias presentes, y, en cierto modo, no cabe duda que el conocimiento debe ser derivado de ellas. Sin embargo, cualquier afirmación sobre lo que nuestras experiencias inmediatas nos dan a conocer tiene grandes probabilidades de error. En este momento me parece que estoy sentado en una silla, frente a una mesa de forma determinada, sobre la cual veo hojas de papel manuscritas o impresas. Si vuelvo la cabeza observo, por la ventana, edificios, nubes y el Sol. Creo que el Sol está a unos ciento cincuenta millones de kilómetros de la Tierra; que, a consecuencia de la rotación de nuestro planeta, sale cada mañana y continuará haciendo lo mismo en el futuro, durante un tiempo indefinido. Creo que si cualquiera otra persona normal entra en mi habitación verá las mismas sillas, mesas, libros y papeles que yo veo, y que la mesa que mis ojos ven es la misma cuya presión siento contra mi brazo. Todo esto parece tan evidente que apenas necesita ser enunciado, salvo para responder a alguien que dudara de que puedo conocer en general algo. Sin embargo, todo esto puede ser puesto en duda de un modo razonable, y requiere en su totalidad un cuidadoso análisis antes de que podamos estar seguros de haberlo expresado en una forma totalmente cierta.
Para allanar las dificultades, concentremos la atención en la mesa. Para la vista es oblonga, oscura y brillante; para el tacto pulimentada, fría y dura; si la percuto, produce un sonido de madera. Cualquiera que vea, toque la mesa u oiga dicho sonido, convendrá en esta descripción, de tal modo que no parece pueda surgir dificultad alguna; pero desde el momento en que tratamos de ser más precisos empieza la confusión. Aunque yo creo que la mesa es <<realmente>> del mismo color en toda su extensión, las partes que reflejan la luz parecen mucho más brillantes que las demás, y algunas aparecen blancas a causa de la luz refleja. Sé que si yo me muevo, serán otras las partes que reflejen la luz, de modo que cambiará la distribución aparente de los colores en su superficie. De ahí se sigue que si varias personas, en el mismo momento, contemplan la mesa no habrá dos que vean exactamente la misma distribución de colores, puesto que no puede haber dos que la observen desde el mismo punto de vista, y todo cambio de punto de vista lleva consigo un cambio en el modo de reflejarse la luz.
Para la mayoría de los designios prácticos esas diferencias carecen de importancia, pero para el pintor adquieren una importancia fundamental: el pintor debe olvidar el hábito de pensar que las cosas aparecen con el color que el sentido común afirma que <<realmente>> tienen, y habituarse, en cambio, a ver las cosas tal como se le ofrecen. Aquí tiene ya su origen una de las distinciones que causan mayor perturbación en filosofía, la distinción entre <<apariencia>> y <<realidad>>, entre lo que las cosas parecen ser y lo que en realidad son. El pintor necesita conocer lo que las cosas parecen ser; el hombre práctico y el filósofo necesitan conocer lo que son; pero el filósofo desea este conocimiento con mucha más intensidad que el hombre práctico, y le inquieta mucho más el conocimiento de las dificultades que se hallan para responder a esta cuestión.
Volvamos a la mesa. De lo establecido resulta evidentemente que ningún color parece ser de un modo preeminente el color de la mesa, o aun de una parte cualquiera de la mesa; ésta parece ser de diferentes colores desde puntos de vista diversos, y no hay razón alguna para considerar el color de alguno de ellos como más real que el de los demás. Sabemos igualmente que aun desde un punto de vista dado, el color parecerá diferente, con luz artificial, o para un ciego para el color, o para quien lleve lentes azules, mientras que en la oscuridad no habrá en absoluto color, aunque para el tacto y para el oído no haya cambiado la mesa. Así, el color no es algo inherente a la mesa, sino algo que depende de la mesa y del espectador y del modo como cae la luz sobre la mesa. Cuando en la vida ordinaria hablamos del color de la mesa, nos referimos tan sólo a la especie de color que parecerá tener para un espectador normal, desde el punto de vista habitual y en las condiciones usuales de luz. Sin embargo, los colores que aparecen en otras condiciones tienen exactamente el mismo derecho a ser considerados como reales; por tanto, para evitar todo favoritismo nos vemos obligados a negar que, en sí misma, tenga la mesa ningún color particular.
Lo mismo puede decirse de la estructura del material. A simple vista se pueden ver sus fibras, pero al mismo tiempo la mesa aparece pulida y lisa. Si la miráramos a través del microscopio veríamos asperezas, prominencias y depresiones, y toda clase de diferencias, imperceptibles a simple vista. ¿Cuál es la mesa <<real>>? Nos inclinamos, naturalmente, a decir que la que vemos a través del microscopio es más real. Pero esta impresión cambiaría, a su vez, utilizando un microscopio más poderoso. Por tanto, si no podemos tener confianza en lo que vemos a simple vista, ¿cómo es posible que la tengamos en lo que vemos por medio del microscopio? Así, una vez más nos abandona la confianza en nuestros sentidos, por la cual hemos empezado.
La figura de la mesa no nos da mejor resultado. Tenemos todos la costumbre de juzgar de las formas <<reales>> de las cosas, y lo hacemos de un modo tan irreflexivo que llegamos a imaginar que vemos en efecto formas reales. Sin embargo, de hecho - como tenemos necesidad de aprender si intentamos dibujar -, una cosa ofrece aspectos diferentes según el punto de vista desde el cual se la mire. Aunque nuestra mesa es <<realmente>> rectangular, parecerá tener, desde casi todos los puntos de vista, dos ángulos agudos y dos obtusos; aunque los lados opuestos son paralelos, parecerá que convergen en un punto alejado del espectador; aunque son de longitud, el más inmediato parecerá el más largo, no se observan comúnmente estas cosas al mirar la mesa, porque la experiencia nos ha enseñado a construir la forma <<real>> con la forma aparente, y la forma <<real>> es lo que nos interesa como hombres prácticos. Pero la forma <<real>> no es lo que vemos; es algo que inferimos de lo que vemos. Y lo que vemos cambia constantemente de formas cuando nos movemos alrededor de la habitación; por tanto, aun aquí, los sentidos no parecen darnos la verdad acerca de la mesa, sino tan sólo sobre la apariencia de la mesa.
Análogas dificultades surgen si consideramos el sentido del tacto. Verdad es que la mesa nos da siempre una sensación de dureza y que sentimos que resiste a la presión. Pero la sensación que obtenemos depende de la fuerza con que apretamos la mesa y también de la parte del cuerpo con que la apretamos; así, no es posible suponer que las diversas sensaciones debidas a la variación de las presiones o a las diversas partes del cuerpo revelan directamente una propiedad de la mesa, sino, a lo sumo, que son signos de alguna propiedad, que tal vez causa todas las sensaciones, pero que no aparece, realmente, en ninguna de ellas. Y lo mismo puede aplicarse, todavía con mayor evidencia, a los sonidos que obtenemos golpeando sobre la mesa.
Así, resulta evidente que la mesa real, si es que realmente existe, no es la misma que experimentamos directamente por medio de la vista, el oído o el tacto. La mesa real, si es que realmente existe, no es, en absoluto, inmediatamente conocida, sino que debe ser inferida de lo que nos es inmediatamente conocido. De ahí surgen, a la vez, dos problemas realmente difíciles; a saber: 1° ¿Existe en efecto una mesa real?; 2° En caso afirmativo ¿qué clase de objeto puede ser?
1. TEXTO SOBRE EL SILENCIO Y LA FILOSOFÍA
FILOSOFÍA DEL SILENCIO
Hemos notado que las palabras tienen un valor muy grande y que son muy poderosas. Pero, el silencio es mucho más impresionante y enigmático, y sus resultados son asombrosos.
Se ha dicho que el silencio es una característica de personas sabias y controladas. Para poder ser discípulo en la escuela griega de Pitágoras, el candidato debía pasar de dos a cinco años en total silencio, de esto dependía que alguien pudiese ser admitido en los distintos niveles de la academia. Basaban esta regla en la premisa de que si una persona podía estar tantos años en silencio, sería difícil que dijera algo incoherente o que hablase solo por hablar. El aprendizaje por medio de escuchar y observar, hacía que los estudiantes se dedicaran a la abstracción y a la contemplación. Por consiguiente, ellos mismos encontraban sus propias respuestas. Esta técnica es bien conocida por los monjes del oriente y los ascetas del mundo.
El silencio tiene como finalidad que el hombre se conozca así mismo y comprenda su relación con su entorno. Algunos usan el silencio como una forma de orar, lo cual es una costumbre muy antigua; otros con el silencio castigan con indiferencia a su prójimo, pues prefieren enmudecer que expresar lo que sienten; otros usan el silencio como opresor y se ocupan de “callar” a los otros; y, finalmente, otros usan el silencio como condición de posibilidad de las más grandes y hermosas creaciones, estos últimos son lo que hacen una buena relación entre silencio y filosofía. Por el silencio podemos entrar en contacto con nuestro maestro interno y encontrar nuestra verdadera esencia. Al igual que es necesario controlar los pensamientos, debemos controlar también nuestras palabras, ya que son acciones en potencia cuyo efecto se manifestará al paso del tiempo.
El siguiente ejemplo dado por Mahoma nos puede dar una idea de la importancia que tienen las palabras, los pensamientos y el silencio. Cuentan que cierto día un hombre se acercó a Mahoma y le dijo: "Soy muy desgraciado, no sé cómo reparar la falta que he cometido contra uno de mis amigos. Lo he acusado injustamente, o he calumniado y ahora no sé cómo reparar el mal que he hecho". Mahoma lo escuchó atentamente y le respondió: "Esto es lo que debes hacer: ve, coloca una pluma delante de todas las casas de la ciudad y vuelve a verme mañana". El hombre hizo lo que Mahoma le indicó: colocó una pluma delante de todas las casas de la ciudad y al día siguiente volvió a verle. "Está bien", dijo Mahoma, "ahora ve a buscar las plumas y tráelas aquí". Unas horas después, el hombre regresó y expuso: "No pude traer ni una pluma. ¡No he encontrado ni una sola ¡ Entonces Mahoma le dijo: "Lo mismo ocurre con las palabras: una vez dichas, ya no pueden ser recuperadas, se fueron volando". Y el hombre se alejó muy triste.
Que interesante poder regalarse espacios de silencio para pensar lo que haremos, lo que hicimos y como hacer lo que se debe hacer.
En: http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2005/2005terc/tecnologia6/filosofia-del-silencio-301105.asp. Por: Rubén A. Dalby . Adaptado y modificado con fines pedagógicos por Juan Palo González Vargas.